No puedo sustraerme a la emoción que vivimos 17 millones de chilenos, al conocer que los 33 mineros quienes estaban bajo tierra tras un tremendo derrumbe en la región de Atacama, en nuestro árido norte, se encontraban vivos.
La forma en que se supo de ellos ya es noticia en todas las latitudes.
Tras días de incertidumbre y de algunos pasos en falso, el prodigioso accionar de una sonda entre varias, logró romper piedra y llegar hasta donde los 33 trabajadores se encontraban afortunadamente a salvo, pero con mínima alimentación y seguramente desencantados a medida que pasaban los días y no contaban con algún indicio valedero de que los estuvieran rastreando con éxito.
El camino es largo pensando en su retorno a la superficie. Se calculan varios meses, pero el existir contacto, el poder enviarles apoyo alimenticio, medicinal y de entretenimiento por pequeños espacios robados a las moles, aminorará la tensión y hará más llevadera la etapa de recuperarlos para sus familias desde las entrañas de la tierra.
Todo Chile siguió conmovido el notable acontecimiento de un pequeño papel en que uno de los afectados daba cuenta de la sobrevivencia de los 33, uno de ellos un joven ciudadano boliviano.
Resta esperar que el final presumiblemente largo de esta historia, sea tan feliz como todos anhelamos.