La foto carcomida por el paso de las décadas, corresponde al primer equipo de Green Cross, de la liga chilena, siniestrado el 3 de abril de 1961, al caer su avión en el cerro Las Ánimas, provincia de Linares, en el sur de nuestro país.
Antes y después de aquella mueca de espanto en su más alta expresión, nueve equipos del fútbol mundial en total, han debido desintegrarse por imperio de la mala fortuna. No otra cosa es que varios futbolistas de aquel Green Cross, para evitar las escalas múltiples que iba a hacer otro aparato aéreo en la ruta Osorno- Santiago, cambiaron pasajes con sus compañeros que tenían boletos para el vuelo sin final, salvando providencialmente con vida los segundos y sometiéndose a la fatalidad los otros.
55 años más tarde, cuando parecía que el viaje de Chapecoense, el equipo actualmente sensación de Brasil, iba a llevar a sus jugadores a la gloria deportiva si es que ganaban en las finales de Copa Sudamericana a Nacional de Colombia, un lamentable acontecimiento sacudió las redacciones deportivas en todo el mundo: Avión de la línea Lamia se estrella cerca del aeropuerto de Medellín en Colombia, con 75 pasajeros (luego se modificó la cifra a 71) y 6 tripulantes.Viajaba allí la delegación del club brasileño.
Un club humilde, originario de la localidad de Chapecó al sur de Brasil, a 1.300 kilómetros de Río de Janeiro, en el Estado de Santa Catarina y que estuvo a punto de hacer noticia por la hazaña que significaba ganar la Sudamericana o al menos por haber llegado a esa final, la hace por esta tragedia lacerante.
Los que hace rato peinamos canas y que vivimos de cerca el drama de la caída del vuelo de Green Cross, encontramos coincidencias impactantes. Esa vez el astro argentino Eliseo Mouriño, de figura en Boca Juniors, pasaba a engrosar las filas "grincrosinas". Recién llegado y todavía sin entrenar con sus nuevos compañeros, decidió acompañarlos en el viaje a Osorno para un partido de Copa Chile. Por los azares del destino fue una de las víctimas. En cambio, Ernesto Álvarez, luego gran figura en la U en tiempos del ballet azul, salvó su vida por haber estado lesionado y quedarse en Santiago. Lo mismo Gustavo Albella, más adelante goleador notable del fútbol chileno desde el mismo Green Cross. Una afección en una pierna también lo dejó en la capital.
La comparación de los imponderables que marcan la leve distancia entre la vida y la muerte, se hizo presente en el accidente actual, porque el hijo del entrenador del equipo, Caio Junior, solamente acompañó a su padre a Sao Paulo y no pudo continuar hacia tierras colombianas, debido a que descubrió en la capital industrial de Brasil que andaba sin pasaporte. Se le había quedado en casa.
Alejandro Martinuccio, argentino, quién en circunstancias normales debería haber viajado con toda seguridad para ser titular, se quedó sin hacerlo por una lesión, tal como Álvarez y Albella hace 55 años tuvieron que quedarse en la capital de Chile.
Toda la prensa mundial abunda en detalles acerca de la trágica muerte de la mayor parte de los futbolistas, su cuerpo técnico, dirigentes y periodistas que acompañaban a la delegación, de modo que no hace falta hurgar en la impactante herida. Simplemente como sobreviviente no del vuelo de Green Cross, sino de esa lejana época, lo de Chapecoense me trae a la memoria cuando se esfumó esa generación del "Grin", junto con las coincidencias que tanto ahora como entonces significaron vidas que se salvaron.
Recuerdo desde aquellos esbozos iniciales de mis relatos deportivos, entre otros, a Dante Coppa, brillante arquero de "la cruz verde"(quinto en la foto, fila de arriba), parando hasta el viento en el hace años desaparecido Estadio Municipal de Ñuñoa, en la zona que hoy pertenece a la comuna de La Reina. Con incondicionalidad, su esposa lo acompañaba desde la tribuna partido a partido. Fue uno de los que ganó la inmortalidad en ese vuelo sin llegada y hago el parangón con Tiaginho de Chapecoense, quién fue informado durante el viaje a Colombia que sería papá. Por desgracia su hijo próximo, nunca lo podrá conocer. Y en cuánto a Green Cross, tal como el Estadio Municipal de Ñuñoa, ese club tan antiguo como el buen vino, tampoco existe ya.