"La enfermedad de Párkinson suele comenzar entre los 50 y los 65 años de edad; pero en forma ocasional se le puede ver en pacientes de mayor o menor edad, puede aparecer tanto en hombres como en mujeres y en todas las razas".
En su libro "El párkinson y yo", acerca del delicado tema, del cual por vivencia propia tiene conocimientos profundos y dolorosos para su cuerpo y su alma, el bloguero peruano Eduardo López Therese, conocido en la red como Cyrano
cyrano-columna17.blogspot.com
expone con claridad meridiana, simpatía, a veces fina ironía y en un castellano ejemplar, su convivencia con este mal irreversible, pero que puede ser atenuado cuando se tiene la vitalidad interior y el espíritu inclaudicable de este abogado, quién sigue ejerciendo en su querida Lima, por mucho que viva con el peligro de los off, como se les denomina a los dramáticos instantes en que queriendo dar un paso, queda sin movimiento posible.
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expone con claridad meridiana, simpatía, a veces fina ironía y en un castellano ejemplar, su convivencia con este mal irreversible, pero que puede ser atenuado cuando se tiene la vitalidad interior y el espíritu inclaudicable de este abogado, quién sigue ejerciendo en su querida Lima, por mucho que viva con el peligro de los off, como se les denomina a los dramáticos instantes en que queriendo dar un paso, queda sin movimiento posible.
"Una vez un amigo me invitó a almorzar. Hay que mencionar que este amigo sufre de la columna y por ello no puede levantar peso. Cuando llegamos al restaurant, la bajada de su camioneta se complicó pues justo en ese momento me quedé en off. Me congelé justo en el instante de bajar del auto. En eso, mientras mi amigo me sujetaba, dijo:"Me ha empezado a doler la espalda. Es un dolor muy fuerte".
Lo gracioso fue que, a la vez, los dos nos quedamos sin poder movernos. Nos tuvieron que auxiliar los amables trabajadores del restaurant, que lo habían visto todo probablemente sin entender nada".
Anécdotas propias y de otras personas afectadas por el párkinson, atenúan en la obra de impactantes 121 páginas la tensión y emoción que genera la explicación tan gráfica, precisa e inteligente, de su autor y protagonista a la vez.
La documentación inserta, pero explicada como si fuera un 2 por dos, hace que los lectores consumamos en un santiamén esa lección, sobre un mal que está a la vuelta de cualquier esquina.
Asombro provoca la narración de su esperanzada visita a Cuba, buscando apoyo científico, en que lo atiende por teléfono, lo sube en ascensor y lo instala en la consulta, la misma persona que luego se le aparece con delantal blanco.
¡Era el médico!
¡Era el médico!
"No se puede negar que con cualquier enfermedad de esta naturaleza, uno vive y se siente muy solo, aunque no sea así. Uno puede estar rodeado por muchísimas personas, pero se va a sentir solo. Los familiares y amigos tienen una gran tarea por delante. No solamente se trata de atender al paciente, no se trata de lavarle los dientes, de cambiarlo. Se trata más bien de brindarle su amor, su amistad, su consideración".
Importante también es su percepción acerca del uso de las células madre, por propia y atenuadora experiencia.
Importante también es su percepción acerca del uso de las células madre, por propia y atenuadora experiencia.
El párkinson y yo, refleja magistralmente las angustias de un enfermo de esta patología, pero también sus pequeñas y grandes alegrías, los casos de indiferencia y enorme solidaridad y generosidad que le han rodeado en estos años, en que ha comprendido que aún con don Park, como le llama, de compañía, se puede seguir viviendo y soñando.
La pluma (así se decía antes) de nuestro colega bloguero, es a la vez sutil y reveladora.
Aunque no deberíamos hablar de pluma a estas alturas de la civilización, sino de teclas del computador, por mucho que Eduardo reconozca que él escribe con un solo dedo y con el peligro de convertir súbitamente una letra n, en una interminable nnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn.
Aunque no deberíamos hablar de pluma a estas alturas de la civilización, sino de teclas del computador, por mucho que Eduardo reconozca que él escribe con un solo dedo y con el peligro de convertir súbitamente una letra n, en una interminable nnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn.