Debo haber tenido unos 8 años cuando Sergio Livingstone, actual colega en las comunicaciones a sus 89 años de edad (todo un record), era portero y figura de Racing de Avellaneda. Desde entonces sé lo que es convertirse tácitamente en partidario de un club extranjero donde juega un chileno. Por lo menos mientras el compatriota esté allí, claro.
Eran tiempos en que al encontrarse los europeos en plena segunda guerra mundial, el norte para los aficionados de mi país fue precisamente el fútbol argentino, aparte del propio, todavía sin TV y con los notables relatos de Fioravanti por la onda corta de Radio El Mundo de Buenos Aires. Hasta que se abrió el abanico.
Con el correr de las décadas Andrés Prieto jugó en España y después del Mundial de 1962 Jorge Toro en Italia. También los astros chilenos de ese mundial en casa, Eladio Rojas y Jaime Ramírez anclaron con escaso éxito en River y en Racing de la otra banda.
A mediados de los años 70, vino a Chile el estupendo Vélez Sarsfield, con su delantero estrella Carlos Bianchi y entrenado por el chileno Andrés Prieto.
Por ese entonces yo debía para un programa no particularmene deportivo, preguntar algo a los miembros de esa delegación que fuera en lo posible interesante, pero no contingente con la pelotita. Y en la fría tarde del Estadio Santa Laura, le consulté a cada jugador visitante micrófono en mano, el por qué del nombre de su club.
Ninguno supo, pero resultaba emocionante la habilidad de la mayoría para inventar las teorías más descabelladas. Yo por cierto me había asegurado, vía enciclopedia, de saber que el señor Vélez Sarsfield había sido un famoso jurisconsulto trasandino.
Pasaron los tiempos. Pese a no tener por el mundo la cantidad de futbolistas como los argentinos, los paraguayos, los brasileños y los uruguayos, el fútbol chileno en épocas recientes ha aumentado considerablemente su caudal de exponentes en los 5 continentes. Por eso fuimos de la Lazio mientras jugaba allí Marcelo Salas y del Real Madrid mientras lo hacía Iván Zamorano. Por la exposición mediática del Madrid cuyos partidos se televisaban para Chile siempre, millones de personas en esta angosta y larga faja de tierra se conmovían con sus títulos y la condición de Pichichi de Iván.
Volvieron a pasar los años hasta que los triunfos del director técnico Manuel Pellegrini en el Villarreal, también televisado generalmente, convirtieron al "submarino amarillo" en favorito nacional. Además, en sus primeros años en la comunidad valenciana, Pellegrini contaba con un equipo con sangre netamente sudamericana, principalmente argentina.
Hasta que nos dicen ahora que el ingeniero, quién fuera zaguero de Universidad de Chile en sus años mozos, se hará cargo del Real Madrid, lo que debe ser un sueño cumplido para él.
A nosotros nos entran dudas. Al momento en que Zamorano se fue de España a Italia, millones de chilenos dejamos de ser del Madrid porque no estaba más Iván y un club tan grande suponíamos, no nos necesitaba.
En cambio, tanto nos hemos encariñado con Villarreal de verlo domingo a domingo, de ser testigos de su ascenso de entidad del montón a club estrella, de sentirnos conocedores de una ciudad pequeña en que reportajes a su historia y su gente nos han hecho imaginar que hubiéramos vivido allí por décadas, que ahora nos cuesta de súbito dejar de ser admirador de los amarillos y cambiarnos al Madrid por Pellegrini. Al menos, es mi sentimiento personal.
Se trata de todo un drama espiritual.