¡Qué sufrimiento!
A los 11 minutos Esteban Paredes, venido desde México para solucionar de emergencia falencias ofensivas, se encontró con la oportunidad ante un error uruguayo y ya estábamos ganando uno por cero.
Un poco después el mismo jugador, después de una excelente acción colectiva, desvió a metros del arco y con el arquero Muslera casi sin opción.
Y desde allí hasta los 32 minutos de la segunda etapa, en que los nuestros eran dominados sin contrapeso, a veces erráticos y mucho, con los uruguayos llevando la batuta del partido sobretodo en la fracción final, con un penal por mano de Jara no sancionado, con un tiro en el poste de Silva cuando nuestro arquero Bravo estaba batido. Pero en ese instante mágico- obviamente desde la óptica chilena- Matías Fernández quién había entrado un poco antes tras una invalidante lesión, y que en esos pocos minutos aportó claridad y técnica en medio del desorden latente, realizó una jugada magistral que dejó a Isla solo frente al arco. Tras haber sido repelido el tiro por el portero Muslera, Eduardo Vargas concretó el gol de la tranquilidad.
En definitiva, sobraron emociones en la noche de Ñuñoa (comuna santiaguina donde está el estadio).
En el marco del fragor del encuentro, corresponde destacar a dos duros, Medel en Chile y Lugano en Uruguay, acostumbrados al roce y la pierna fuerte. Por lo mismo llegó a ser conmovedor aquel momento en que caídos ambos tras la lucha aérea de una pelota, se dieron mutuamente la mano para ayudar a levantarse. También el afectuoso saludo postrero de Forlán y Matías, quienes habían sido compañeros en el Villarreal de Pellegrini.
En suma, Chile volvió a tomar altura en su ambición por ser equipo mundialista, aparentemente en la lucha por el cuarto puesto, último de clasificación directa, partiendo de la base que tal como está la tabla, los tres primeros lugares parecen destinados a Argentina, Ecuador y Colombia, no obstante la derrota de los de Falcao frente a Venezuela.