La amiga bloguera AleMamá me ha pedido que narre mi nacimiento alemán y el
traslado poco después a Chile, en medio del fragor de la segunda gran
guerra.
Pese
a que en varias ocasiones he deslizado matices de esa experiencia temprana con
sus consiguientes consecuencias, trataré de hacer un recuento de tiempos de
aflicción para gran parte del mundo.
Nací
en enero de 1936 en la ciudad bávara de Neu-Ulm, pese a que mis padres residían
al otro lado del Danubio, en Ulm, (a secas) del estado de Baden-Württemberg, pero dada la persecución ya
empezada en 1933 a los judíos, junto con el advenimiento del nazismo, no fue
posible que mi madre encontrara en su ciudad de residencia algún
establecimiento clínico que quisiera atenderla.
Así y
todo, recién venido al mundo, una auxiliar del hospital en que vi la luz, quiso
llevarme lejos del ámbito de mi mamá, seguramente con malévolas intenciones, todo sea para cumplir con los designios del tirano de
bigote, en el sentido que los judíos merecían la muerte.
Claro,
habría sido muy fácil exterminar a una guagua recién nacida. Afortunadamente el
médico a cargo le “paró los carros” a la fanatizada mujer y esa fue mi primera
sobrevivencia.
Mi
padre fue llevado un año después al campo de concentración de Dachau, también
por el solo delito de ser judío, mientras mis abuelos por padre y madre
pugnaban junto con el resto de la familia para poder conseguir visa a los Estados Unidos, donde meses
después partieron con algunos de mis tíos y primos.
El resto de la familia
trataba de encontrar algún país de acogida, incluyendo las gestiones de mi
madre, que abría alguna opción para nosotros tres en lugares tan disímiles como
Australia, Bolivia, Argentina, el propio Estados Unidos, Perú y Chile.
Era
un “recreo” pre-guerra en que a los judíos en campos de concentración se les
permitía salir del país, por cierto con entrega total de bienes. En esas
condiciones “lo que saliera primero”.
De
modo que por esas cosas del destino, hoy soy chileno a mucha honra, como pude
haber sido boliviano, australiano, estadounidense, peruano o argentino.
Comprenderán mis amables lectores el por qué de mi aversión a todo nacionalismo
extremo y a cualquier descalificación de
toda nacionalidad, religión o raza.
Junto
con el nacimiento del mes de septiembre de 1939, el puerto de Hamburgo fue
escenario de la partida de mi madre, mi padre y yo-entonces de 3 años de edad-
rumbo a lo desconocido, pero estábamos salvando la vida, porque horas después estalló
la Segunda Guerra Mundial y junto con ello ya nadie podría salir del país, salvo
para combatir.
Los
campos de concentración se convirtieron en campos de exterminio. Personeros de
la GESTAPO subieron a nuestro barco para hacer bajar a todos los pasajeros de origen
judío, pero en una actitud valiente y elogiable el capitán chileno del Copiapó, de la Compañía Sudamericana de Vapores, se negó
y los individuos armados,
sorprendentemente se bajaron. Fue mi segunda sobrevivencia.
Tras
un mes de viaje en un barco de carga, adaptado especialmente para trasladar a
los últimos chilenos que querían escapar del infierno, a sacerdotes católicos
también perseguidos por Hitler y una treintena de judíos, el Copiapó llegó a
“la tierra prometida”, sin que mis
padres supieran una palabra de castellano y con oscuridad total acerca de su
futuro en tierra extraña, pero lo principal era que los tres estábamos bien y
juntos.
Días
después del viaje en tren desde Valparaíso a la capital, mi padre empezó a
tirar líneas acerca de su trabajo futuro, con vinculaciones a la agricultura,
sector donde se desempeñaba en su nación natal. Estaba por llegar la ayuda
económica de un familiar residente en Portugal, que fue la palanca para nuestra
inserción en tierra chilena.
No. No se trata de la foto de ningún equipo deportivo, sino de niños usados como conejillos de indias en campos de experimentación "médica" y de exterminio. Y pensar que hay quienes dicen que el holocausto es mentira. Varios de mis antepasados no tuvieron la suerte de mis padres y mía de poder salir a tiempo de esa Alemania de horror.
Cuando
tiempo después empecé a ir al colegio, mis compañeros de curso se reían de mi
incipiente castellano, agravado por el hecho que yo mencionaba lugares como la
localidad de Colina, como Cólina, tal como se referían a ella mis padres en relación a que allá vivían unos amigos, también venidos en el barco.
Vivíamos
cerca de una calle de la comuna de Providencia llamada Mar del Plata, a la que
mis papás decían así en adaptación a la pronunciación de alemanes, Ma del Plata
(sin erre) lo que también provocaba risotadas
en mis condiscípulos al repetir yo esa expresión.
Pero
no quiero prolongar eternamente este recuento. Solamente sintetizo expresando
que a mis 19 años, tras malas experiencias comerciales mis padres decidieron
volver a Alemania, apenas 10 años después de terminada la conflagración
mundial, al recibir la restitución de pertenencias y derechos comerciales que
nos fueron quitados en 1939 . Pero yo decidí quedarme en Chile.
En el
curso de mi carrera profesional, ya felizmente casado con chilena y católica,
pude visitar a mis padres, previo a un accidente automovilístico que en 1973
costó la vida de mi papá, tras un mes en
el hospital.
A sus
80 años de edad mi mamá sufrió hemiplejia, por lo cual la trajimos a Chile
donde pasó los últimos 8 años de su vida en precarias condiciones físicas y
mentales, pero atendida maravillosamente por mi esposa en calidad de autentica
hija.
En
suma, reconozco que en perspectiva, mi vida tiene aspectos que parecen en
algunos de sus trazos sacados de una novela, pero que obedecen a una secuencia
de luces y sombras, al final de cuentas. Creo verdaderamente que, pese a todo,
más de las primeras.
En lo
religioso, mi esposa es ferviente católica y yo no profeso la religión judía
aunque me siento absolutamente vinculado a su historia, mientras que de mis
tres hijos, la mayor es copia de su madre y los dos restantes son más bien
librepensadores, aunque mis nietos son educados en la fe cristiana.
Cumplo
contigo, apreciada AleMamá, y reconozco que esta historia de vida, resumida al máximo y con notorios saltos en el tiempo, al exponerla
públicamente, me ha costado menos plasmarla en forma escrita que lo que yo hubiera imaginado.