El fútbol despierta pasiones que son muy difíciles de comprender para quienes no las comparten.
Explicando esos sentimientos que muchas veces van más allá de la razón, mi hijo periodista confesaba el año 2009 el por qué él era un "adicto" al fútbol.
Me permito reproducir sus sensaciones al respecto, que no varían mucho en relación a los "adictos" de nuestros tiempos".
Confesiones de un adicto
(Publicado en Tendencias, de La Tercera, 10 de octubre de 2009)
Hola, soy Mauricio y soy adicto al fútbol. Escribo esto cuando llevó sólo 11 horas de abstinencia: anoche vi el partido de Lota Schwager con Colo Colo por la Copa Chile. Pero, para ser sincero, en realidad llevo sólo dos, porque en la mañana escuché todos los despachos radiales desde Colombia por la previa del partido de Chile. Iba manejando y sacaba las cuentas de lo que nos sirve o no, analizaba los cambios que hará Bielsa y proyectaba el negro futuro de Maradona si Argentina no le gana a Perú.
Sí, soy adicto: voy al estadio, tengo 10 canales de deportes en mi plan de TV, veo partidos antiguos, tengo un archivo personal con grandes encuentros, juego Fifa, leo deportes, consumo deportes, escucho y navego en busca de deportes. Converso de fútbol en aperitivos, almuerzos y sobremesas, a la hora del café y del desayuno. Veo mil veces los goles y repaso mentalmente jugadas. Sí, también he viajado a otros países sólo para ver fútbol.
¿Cuándo comenzó mi adicción? Supongo que como a los tres o cuatro años, escuchando a mi padre, relator deportivo, o acompañándolo al estadio. Mi primera vez fue en el Vulco, de San Bernardo, viendo a Magallanes contra Rangers. Mi familia materna era de Magallanes y mi primer banderín fue también del "Maga", aunque al poco tiempo busqué mi propio camino y emigré del padre al hijo (aclaro: de Magallanes a Colo Colo, para los que no sean adictos).
Un par de años después ya pasaba domingos completos en el Santa Laura viendo los programas triples, en los que había -citando a los comentaristas de la época- partidos de "matiné, vermouth y noche". Grandes tardes con secuencias del tipo Palestino con O'Higgins, Unión Española con Fernández Vial y Colo Colo con Audax Italiano.
A menudo me olvido de cumpleaños y fechas históricas relevantes. Pero tengo claro lo que pasó el 3 de julio de 1987 en Córdoba, el 3 de septiembre de 1989 en el Maracaná, el 5 de junio de 1991 en el Monumental, el 11 de febrero de 1998 en Wembley o el 11 de junio de ese año en Burdeos... Me casé un día en que, para pesar mío, la "U" empató a cero con Santiago Morning y fue campeón el '99. Afortunadamente, el mal presagio no se ha materializado. Mi tercer hijo nació el 17 de octubre de 2007, cuando -ya con Bielsa en el banco- la selección le ganó a Perú en el Nacional. Vi el partido en la clínica.
Entre mis amigos adictos he escuchado muchas teorías acerca del origen de la relación del fútbol con el hombre. Y creo que puedo clasificarlos en tres grupos. 1) Los freudianos, esos que adhieren a la tesis importada a Chile por Caszely de que hacer un gol -o gritarlo- es sólo comparable y/o equivalente a un orgasmo. 2) Los darwinistas, que suponen que el fútbol fue capaz de imponerse sobre todas las otras disciplinas y se transformó en un fenómeno cultural gracias a su épica, que convierte a los jugadores en los gladiadores de hoy. 3) Los creacionistas, esos que dicen que en la Biblia se cometió un solo error, porque al séptimo día, en lugar de descansar, Dios fue al estadio.
No adscribo a ninguna de esas absurdas corrientes. Tengo claro que si se trata de buscar un motivo racional que explique el fanatismo no habrá respuesta cuerda. Dicen que los seres humanos actúan en un 93% por emoción y sólo un 7% por la razón. El fútbol claramente está en el primer grupo. ¿Por qué a los hombres nos gusta tanto? No creo que exista causa única ni científicamente comprobable.
Ni siquiera puedo contestar con certeza por qué me gusta a mí. Creo que porque de chico me permitía jugar y soñar en grande, y de grande me hace soñar y jugar como niño. Ahora último he reforzado mi afición, porque uno de mis hijos está resultando ser tanto o más fanático que yo.
Sí, soy adicto. Y a mucha honra estoy traspasando esa adicción a mi descendencia.