Hubo motivos para compartir la honda pena
reflejada en los rostros desencajados de los hinchas de Independiente de
Avellaneda, el club argentino que por primera vez en su historia desciende a la
Primera B del fútbol trasandino.
Los que vibramos con este deporte desde
siempre, entendemos el dolor que significa tal degradación para los seguidores
de cualquier club, al que muchas veces se llega a amar casi con la misma
intensidad que a nuestras madres.
Quienes no se estremecen con estas cosas, nunca
entenderán tanta pasión, que si es mantenida en su cauce, resulta digna, noble y
respetable.
El partido en que San Lorenzo derrotó como forastero a los
rojos por 1 a 0 lo pudimos observar en Chile. También, tras él, el llanto de
familias enteras, con el papá y la mamá abrazados consolándose mutuamente,
junto a sus hijos vestidos con la camiseta de su club.
Se ha ido a la División de Ascenso del fútbol trasandino un grande
sudamericano, el llamado en su momento Rey de Copas (título que después se
atribuyó Olimpia de Paraguay), al ganar siete Libertadores de América, el campeonato más
importante de clubes del continente.
Pero en este punto me llegan los malos
recuerdos de Independiente. En 1973 nuestro Colo Colo tuvo tal vez el mejor
equipo de su historia. Superior incluso al del mismo club que logró la única Libertadores
para Chile en 1991.
Ese Colo Colo inolvidable de Caszelly, Ahumada,
Véliz y “Chamaco” Valdés, llegaba a la final frente al poderoso rival
trasandino.
Eran tiempos en que todavía no nacía entre nosotros
esa animadversión enfermiza que hace hoy en día, por ejemplo, que los
partidarios de la U se alegren de las derrotas de Colo Colo aún en el ámbito
internacional y viceversa.
Tiempos en que si un equipo nacional jugaba
contra uno de otro país, todo Chile estaba con el que fuera, la propia U, Colo
Colo, Universidad Católica, Cobreloa, en fin. Era como si actuara la selección
nacional.
Se decía en aquel entonces desde hace mucho, que Independiente
ganaba sus copas, aparte de la calidad innegable de los rojos, por maniobras turbias de
pasillos, arbitrajes sospechosos, situaciones extrañas. Se decía…pero lo tomábamos como eso… se
decía.
Hasta que los aficionados chilenos vivieron la
realidad en carne propia.
En esa final de ida en Avellaneda, Colo Colo
bordeaba la hazaña y estaba venciendo por 1-0, hasta que muy avanzado el partido un
futbolista local embistió al arquero de
Colo Colo, Adolfo Nef, quién tenía la pelota firmemente atenazada en sus manos
y lo lanzó con balón y todo dentro de su arco.
Ante el estupor de millones de chilenos quienes
veían el encuentro por televisión en época solamente de blanco y negro, el
árbitro validó el gol.
Tras ese 1 a 1 de visita, en la revancha en el
Nacional de Santiago, Carlos Caszelly convertía ya en pleno segundo tiempo un
gran gol que dejaba a Colo Colo a un respiro del título.
No fue ni
siquiera una jugada dudosa en que se
pudiera pensar que el delantero tal vez estaba off side.
No obstante, el
juez brasileño de la brega ante lo que
ya era consternación general, anuló la conquista.
Luego de algunos días, en partido definitorio en Montevideo, cancha neutral, Independiente ganó sin apelación, pero tras haber sido los
arbitrajes en Buenos Aires y Santiago, sendos despojos.
Si con los adelantos tecnológicos de hoy se
produjeran consecutivamente situaciones de “equivocaciones” tan grotescas, las
verían millones de tele espectadores con la acción de unas nueve cámaras y al ser “errores” tan evidentes,
ciertamente los jueces involucrados no podrían dirigir más, al menos a nivel
internacional, si es que no terminasen en la cárcel.
Por ello, el descenso de Independiente, legítimamente llorado por sus fieles hinchas, me ha producido sensaciones
encontradas.
Junto con generarme solidaridad con los afectados, me trajo
también a la memoria aquel título continental logrado por “Los Diablos Rojos”
de Avellaneda hace ya 40 años, a costa de un colosal e inolvidable despojo a
Colo Colo y al fútbol chileno, reconocido inclusive por medios argentinos de la
época.