Jose Antonio Cabrera Ramirez dijo...
No existen calificativos para poder definir con palabras el desastre natural de Haití. Una sola imagen por los medios de comunicación vale más que mil palabras. Realmente uno se siente muy pequeño frente a estos acontecimientos extremos y comprueba lo que es importante en esta vida.
Creo que no es el momento de hablar sino de actuar y lo podemos hacer de mil forma distintas, fundamentalmente aportando economicamente nuestro pequeño grano de arena en la medida de nuestras posibilidades. Existen ONG dedicadas a ello como médicos del mundo u otras tantas igual de válidas.
Es hora de actuar y de ello depende la vida de miles de seres humanos.
Por favor pasadlo a vuestros blogs y que este mundo de la blogsfera se solidarice con Haití
Agrego horas después de postear lo anterior, un trabajo de mi colega Miguel Ángel San Martín, que él publicará este domingo 17 en su natal Chillán.
Ayer nosotros, hoy Haití.
Miguel Angel San Martín
La Discusión. Chillán (Chile)
Domingo, 17 de enero de 2010.
Tenía previsto escribir esta crónica dentro de una semana, cuando las hojas del calendario nos trajeran a la memoria nuestra propia tragedia. Pero los hechos me obligaron a adelantarla, porque se me estremeció el corazón. El terremoto de Haití me trajo los aires de aquel 24 de enero de 1939, cuando Chillán prácticamente desapareció.
Fue en aquel enero cuando nos quedamos no sólo sumidos en escombros, polvo y terror, sino en el más desolador paisaje humano, donde la mitad de los chillanejos buscaba a la otra mitad destrozada y aplastada por los escombros de lo que fue el Chillán de ayer.
Nos quedamos sumidos en la oscuridad de lo incomprendido, de la incertidumbre de no saber por dónde deambular para vivir. Nadie acertaba a saber qué había ocurrido en sólo un minuto para que nos castigaran de esa forma.
La misma naturaleza que nos ha bordado jardines silvestres, entre ríos cantarines; que nos ha protegido con un murallón cordillerano fantástico; que nos ha techado con azules translúcidos poblados de brillos estelares; la que nos dotó de los paisajes que admiran más allá de nuestras fronteras… Si, esa misma naturaleza nos trajo desde las profundidades de la tierra aquel movimiento, aquella sacudida brutal, devastadora, desgarradora, inmisericorde.
Escribimos hace 71 años, con la sangre de miles de hermanos chillanejos, la página más terrible de nuestra historia.
Y surgió desde otras profundidades, la de los sentimientos de la solidaridad, el movimiento generoso que nos hizo levantarnos, que nos trajo consuelo en el desconsuelo. Aquella acción gigantesca de la mano tendida, del hombro fraterno y el abrazo sincero, nos permitió secar las lágrimas, honrar a nuestros muertos y recomenzar la marcha por reconstruir nuestra vida en este valle envidia de pintores.
La solidaridad no llamó a nuestras puertas. Simplemente, entró. Sin anunciarse, sin pregonarlo, silenciosamente, como deben ser las solidaridades verdaderas. Y sentimos la presencia del hermano ayudándonos a reconstruir encima de la muerte. No nos sentimos ni vencidos ni solos.
Y gracias a eso, hoy somos lo que somos. Una gran ciudad, con habitantes crecidos en sentimientos, en humanidad, caminando siempre hacia donde sale el sol, hacia el brillo eterno de la felicidad.
Ahora nos toca a nosotros. Nos toca ir en ayuda del hermano desvalido que sufre la noche del embate de la naturaleza. Esa naturaleza que le ha sido esquiva en incontables ocasiones, hoy le ha vuelto a golpear y con mayor fuerza. Se ha ensañado la naturaleza con una gente humilde, pobre entre los pobres, miseria en la miseria. Haití ha tocado fondo con el peso de sus más de cien mil muertos. Una cifra que aterra, que conmueve, que deberá sacudir las conciencias en un mundo dormido justamente en la inconciencia.
Haití es una realidad triste. Es un drama sempiterno debido a la incultura, al sometimiento de los muchos por parte de los pocos de siempre. Es un lunar que afea la geografía humana. Y que, más aún, ahora sufre la tragedia de hundirlo en la desesperanza.
Nosotros, los que ayer recibimos tanto, hoy debemos dar más, en señal de hermandad, de solidaridad, de sentimiento compartido. Si fuimos capaces de recibir, hoy debemos ser capaces de entregar, de aportar, de acudir en ayuda de quien deambula por las tinieblas incomprendidas de la tragedia.
Hoy Haití se desangra y nos necesita. No podemos permanecer impasibles, mirando cómo sufren, como lloran, como se siguen desangrando.
Es la hora de levantar a Haití. Es la hora de acudir en ayuda de aquellos que no comprenden el por qué a ellos les toca siempre sufrir. Es la hora de unirnos todos los seres de buena voluntad para tender el más gigantesco puente solidario, que sea capaz de saltar océanos, valles y montañas para acudir en la ayuda urgente. Es la hora de ayudarles a levantarse, a caminar erguidos y a ser hombres nuevos.
Es la hora del Haití del futuro, en honor a sus muertos.