Santiago estuvo de fiesta con una fecha de la Fórmula E de automovilismo deportivo y la presencia de estrellas mundiales de la especialidad. A diferencia de la famosa Formula Uno, estas versiones son protagonizadas solamente por coches movidos por electricidad. Sus admiradores sostienen que con los años, cuando no queden autos a motor tradicional como los de nuestros días y solamente nos movamos con coches eléctricos, existirá nada más que la Fórmula E debido a que los motores de ahora serán solo un recuerdo. Dicen que en el futuro Chile tendrá mucho que decir en la materia, por nuestro cobre y nuestro litio.
Pero lo que traeré al tapete no es la espectacular competencia que conmovió a los santiaguinos, sino el caso de decenas de perros vagos, que lamentablemente pueblan muchos sectores de nuestra capital. Para evitar alguna infeliz interferencia de esos canes en la prueba, una cincuentena de voluntarios recorrió en días previos la ruta, para atraer con alimentación a los animalitos. Estos con temor al comienzo tras habituales humillaciones, terminaron felices junto a sus sorpresivos benefactores, quienes luego los llevaron a un recinto especialmente habilitado en el cerro San Cristóbal, donde por algunos días pudieron jugar, recibir más atención alimentaria y desparasitaria y convencerse que para ellos también la vida puede ser bella.
Simultáneamente fue posible para el público observar la multitud de perros y llevarse en adopción al que más le simpatizara.Hasta ahí un cuento de hadas.
Pero ¿qué pasó al día siguiente al movimiento vertiginoso de los rivales de Fórmula E?
Muy simple: los perros que no resultaron adoptados, fueron colocados nuevamente en lo que había sido su habitat hasta antes de la carrera, o sea en la calle, entregados a su suerte, con las carencias de siempre.
El sueño a su manera, de un hogar, alimentación y cuidado, solo había durado para los desconcertados canes un par de días, un par de noches, un suspiro.