Tenía 91 años, un ejército de hijos, nietos, bisnietos y una vida plena enmarcada en su matrimonio de 68 años, casi record en nuestros tiempos.
Personaje muy especial era mi suegro que nos dejó este fin de semana.
Hay que destacar su rectitud. Fue hombre de una sola línea en todos sus actos. Tanto que en su ya desaparecido establecimiento gasolinero y de primeros auxilios automotores, era capaz de discutir con algún cliente que pretendía comprarle una batería nueva, alentándolo a usar un tiempo más la vigente, tras un pequeño ajuste. Muchas veces el cliente se iba a comprar la batería nueva igualmente a un local de la competencia porque eso era lo que él quería, pese a la recomendación de don Jorge, que con el consejo desinteresado actuaba contra sus propios intereses comerciales. Pero mi suegro quedaba en paz con su conciencia.
Don Jorge de la Carrera Santelices fue uno de esos típicos caballeros a la antigua. La ropa sport no estaba en sus libros ni en sus costumbres. Lejanos están los tiempos de lo que voy a contar ahora.
Advertido por la trouppe familiar de mi entonces polola (etapa previa al noviazgo en Chile), que era la hija de don Jorge, debía yo tomar distancia del grupo en aquella playa de balneario sobre la que compartíamos, porque oficialmente yo no había superado todavía el necesario examen de merecimientos para poder cortejar a una de las niñas de la familia.
Ello significaba presentación por parte de alguien conocido, sin lugar a dudas, como primer punto.
La verdad es que yo ya contaba con el beneplácito de la señora Carmen mi futura suegra, de mis futuros cuñados, algunos y algunas muy jóvenes en ese entonces y otros mas que cuñados “cuñaditos” o sea niños cuñados. (Mi señora tiene dos hermanas y 5 hermanos). También yo ya contaba con el visto bueno de tías, tíos y primos. Pero oficialmente todavía "no conocía" a don Jorge y menos él a mí, y ello era una barrera infranqueable en esas instancias, tanto así que a varios pretendientes de mis actuales cuñadas, mi propio futuro suegro les impidió su entrada al domicilio en forma airada.
Contrariamente a otros pretendientes de las niñas de la Carrera Díaz, yo aceptaba todo el formulismo aquel sin chistar, de modo que cuando me dijeron aquella vez en ese balneario “Hih, allí arriba está mi papá mirándonos. Córrete un poco más allá para que parezca que eres ajeno a este grupo” y don Jorge bajaba a la playa de sombrero, corbata, y terno, yo me hacía el desentendido a algunos metros de distancia. Pero no había reparado que en el grupo quedaban mis zapatos. Don Jorge observó el detalle preguntando de quién era ese calzado. Le dijeron que de Manolo, un amigo de la familia. "¡Bah, -dijo mi futuro suegro-yo no sabía que Manolo tiene “la pata” tan grande”¡¡¡¡
Para hacer el cuento más corto diré que con el paso del tiempo, siguiendo aquel protocolo, por fin pude entrar “oficialmente “ a la condición de "aspirante a pretendiente", primer eslabón de aquella cadena, en este caso de la que es desde hace casi 40 años mi esposa, por el expediente de “papá, te presento a Esteban, un amigo de Pepepe”. Pepepe es el diminutivo con que se conoce a mi cuñado Alberto, que tiene bastante años menos que yo, lo que en esas circunstancias hacía el argumento un tanto increíble.
Más adelante, cuando con María Teresa ya teníamos fijada fecha para casarnos, había que cumplir con un trámite que quedó un poquitín rezagado. Solicitar la venia de don Jorge.
Mis cuñadas y cuñados prepararon la escena. Un juego de dominó entre mi futuro suegro y yo, mientras que ellos paulatinamente abandonarían la sala para que yo aprovechara de pedirle la mano de su hija.
A los 2 segundos y medio de quedar a solas con él le dije: “Don Jorge, quisiera pedir su venia para poder casarme con Teresita”. Me contestó sorprendentemente:
“Bueno, si ya lo han decidido, ¿ qué me dice a mí? “ y seguimos jugando dominó. Cada tres minutos entraba alguno a observar distraidamente y salía a advertir a los demás que “ este gringo cobarde todavía no le habla a mi papá”.
La verdad es que don Jorge sabía mejor lo que pasaba en su entorno que cualquiera, pero no lo demostraba. Creo que yo ya había ganado su favor antes de entrar protocolarmente a la familia...al través “del Pepepe”.
Estas son solamente algunas anécdotas que en estos momentos me fluyen a la mente, pero que no grafican en absoluto la inmensidad del legado que don Jorge nos ha dejado en términos de espíritu de trabajo, fervor por su familia y altos conceptos morales, lo que le permitió generar desde su condición de gran roble una maraña notable de descendientes con sus mismos elevados valores humanos.
Se ha ido don Jorge. Una multitud lo acompañó a su última morada entre cánticos y flores de sus bisnietos y emotivos discursos de sus nietos.
Le sobrevive su adorada “Carmencita”. Trataremos entre todos de aminorar su enorme pena.