Mis nietos liberados del Transantiago

En una imagen estremecedora que observé en Chilevisión, un niño muy chico llorando, caminaba junto a su padre en medio de la enorme caravana de víctimas del colapso del Metro en la mañana de ayer.

Habían cerrado 11 estaciones del ferrocarril metropolitano, en medio de graves incidentes, tras fallar el sistema una vez más. Hace pocos días había pasado lo mismo, pero las autoridades del Metro dijeron que estas dificultades les sucedían cada 4 años y medio, textual. Mi concepto del tiempo debe estar errado, porque no pasaron otros 4 años y medio sino pocos días, para que se produjera el nuevo colapso.

El Metro, hasta hace poco una joya, un orgullo de los santiaguinos, quedó desprotegido y sin tiempo para la mantención de los trenes, ante la enorme demanda generada por el Transantiago, un sistema pésimamente organizado como bien lo sabemos y lo sufrimos.

Ya no hay micros amarillas en las calles, pero un trabajador hace poco en la Plaza Ñuñoa decidió quedarse durmiendo ahí en un banco, porque debía empezar temprano a laborar al día siguiente y consideró que si trataba de movilizarse a su casa y luego volver en la madrugada, se le pasarían demasiadas horas en el intento.

Lo peor es, en lo de ayer, que esa masa indefensa e indignada de trabajadores y estudiantes que solo ambicionaba ir a trabajar o llegar a sus colegios y universidades a tiempo, fue obligada a subir hasta la calle para tratar de abordar alguna micro, misión imposible por su escasez y capacidad completa desde cuadras muy anteriores.

Entonces, esos trabajadores y esos estudiantes quienes efectivamente copaban la avenida y dificultaban el tránsito, en el marco de su desesperación, fueron objeto de la acción de bombas lacrimógenas, como si no bastara para llorar, con el desastre que significa el Transantiago de por sí.

No eran lumpen como los desquiciados que actúan en los estadios y sus alrededores o en el marco de manifestaciones de todo tipo y que rara vez reciben su merecido.

Cuando vi en la tele a ese niñito caminando junto a su padre, mientras lloraba desconsoladamente, pensé: ¿Cuántas cuadras lo habrá hecho?...¿40, 80 o más?. También pensé que en un caso similar, mis nietos habrían llegado al colegio en el auto de sus padres o de sus abuelos paternos o maternos, pero habrían llegado... cómodamente y con calefacción en el vehículo.

Por eso cuando se dice que este es un problema que perjudica principalmente a los pobres, es verdad. Y ni siquiera pobres... de pobreza absoluta. Basta que NO tengan auto para que esta pesadilla se les haga presente.

Fuera de las fronteras de Chile debe sorprender que estas películas de terror sucedan en un país tan prestigiado, colocado como ejemplo en muchos aspectos. Pero es una realidad que nos toca y nos demuele.

Todo porque se dio la partida al fatídico Transantiago, que desarmó lo anterior, ofreciendo en monopolio un servicio deficitario, pésimamente estructurado, lleno de errores hasta con paraderos instalados donde no pasa la locomoción colectiva y sin paraderos donde sí pasa.

¿Quién asume sus culpas?...¿Quién responde?