Cuando hace un año Claudio Borghi se hizo cargo como DT de Colo Colo, bastaron unos partidos para que recibiese objeciones.
Nada sacamos, se decía, con hacer 3 goles si el rival hace 5.
Un equipo para tener éxito debe ser balanceado.
Pasaron los meses y como el cuadro albo se tornó casi imbatible, los argumentos fueron dados vuelta.
Por fin nos atrevemos, ésto vale: jugar igual de local como de visitante.
Hasta que se produjo la desolación.
Pachuca ganó la final en Santiago, y de nuevo se gestó el clásico chaqueteo.
Las nuevas-viejas voces eran ahora: Borghi se equivocó en los cambios, se despreocupó de la defensa, es inaceptable perder una final. Tras el uno cero a favor debió reforzar la retaguardia.
Pese a ser yo miembro de los opinantes profesionales de deportes durante más de 50 años, confieso que es para sentir vergüenza ajena.
No tenemos derecho a ser tan inconsecuentes.
Borghi, hasta el uno-cero del primer tiempo era un genio. Luego del 1-2 en contra, se convirtió en un ser imperdonable.
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